En Terrazas del Avila los vecinos se organizaron para intentar ponerle freno al hampa. (Paulo Pérez Zambrano) |
Después de doce horas de secuestro estaban acurrucadas en el suelo, con los ojos cerrados, los vestidos de fiesta reventados y sucios y la convicción de que en cualquier momento les iban a disparar. Pasaron mucho más de cinco minutos hasta que Luz Mireya Ramos y su hija Karen abrieron los ojos: a dos metros de ellas una vaca marrón echada en el suelo las miraba aburrida.
Cerca de las tres y media de la madrugada de un sábado de abril, madre e hija llegaban a su casa en uno de los edificios de Terrazas del Ávila. Regresaban de un matrimonio. Al llegar a la reja del estacionamiento, Luz se dio cuenta de que no tenía la llave en la mano. Miró la calle desierta, despertó a Karen, su hija de 18 años, que dormitaba en el asiento del copiloto y se bajó del carro para entrar por la puerta principal.
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