Estas son horas en las cuales nadie sabe qué será el socialismo del siglo XXI proclamado por el teniente coronel. Con toda propiedad se ha hablado de los "significantes vacíos" para criticar la ausencia de definiciones que ha caracterizado el anuncio de una metamorfosis capaz de conducirnos a una situación inédita en la evolución de nuestros intereses como individuos y como sociedad, en las costumbres más arraigadas, en las creencias más caras, en nuestra vida según había discurrido hasta la fecha sin escandalosos sobresaltos. Venezuela marcha hacia una mudanza que parece trascendental y cuya implantación puede provocar desgarramientos de naturaleza histórica, sorpresas jamás imaginadas, sin que nadie pueda siquiera aproximarse a los propósitos y a las consecuencias de un viaje sin brújula conocida. Sólo Chávez sabe de qué se trata, solo él ha trazado el itinerario, solo él guarda el precioso secreto en sus entendederas, pero lo envuelve en la capa del enigma.
¿Qué puede salir de un plan, o de un delirio personal como el que se desarrolla a cuentagotas frente a nuestras narices? Carecemos de la posibilidad de ofrecer una respuesta aceptable, no en balde el cochero se ha resistido a decirnos hacia dónde lleva de veras el coche. Tendremos que esperar la luz de las leyes que dictará en 18 meses para saber de nuestro destino, aunque quizá sea entonces demasiado tarde. Pero la renuencia del teniente coronel en asomar siquiera una pista concreta sobre ese socialismo convertido en rompecabezas no impide la aproximación a una idea sobre lo que será realmente en el futuro. Basta con detener la mirada sobre lo que ha sucedido en el país durante los últimos 8 años, para imaginar con sobradas posibilidades de acierto la tragedia que sobrevendrá. Como aconseja la experiencia de los meteorólogos, una tempestad se puede avizorar a través de la observación de sus vísperas, midiendo el fuelle de los vientos oscuros que poco a poco congestionan el firmamento hasta desprenderse en borrasca.
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